PEDAGOGÍA MARIANA DEL DISCERNIMIENTO
(Sara Valencia Giraldo, FMA)
Todo creyente, comprometido con una vivencia seria y profunda de su fe, se sabe inmerso en una vida con horizonte, con sentido. Por eso, su cotidiano vivir se convierte en la aventura fascinante de permitir que se realice el plan divino, la magnífica idea que Dios tuvo al crearlo, porque el cristiano se realiza “realizando la idea de Dios lo más plenamente posible” (Manglano, 2007, p. 40). En consecuencia, la vida cristiana es una búsqueda cotidiana de la voluntad divina que, de suyo, implica apertura a la novedad del soplo del Espíritu.
La pregunta que surge es por el método que debe utilizar el creyente para conocer, reconocer y adherirse a lo que Dios quiere para él, y para esto no puede utilizar la vía de las certezas y las comprobaciones, pues lo divino se mueve en un ámbito totalmente diferente al suyo, que lo trasciende y que no puede controlar. Para ello, desde tiempos primitivos, el cristianismo ha reconocido en el discernimiento, el camino para descubrir, con la certeza de la fe, no con la seguridad de las evidencias, el proyecto de Dios. Un sendero que, a pesar de ser poco claro, se recorre con la luz del Espíritu Santo, sin el cual no se puede llegar a abrazar con acierto la voluntad divina.
Por lo tanto, si el creyente es un buscador, el cristianismo es discernimiento y esta práctica se convierte en una exigencia inherente y una dimensión esencial de la vida de fe, porque no se puede pretender vivir un camino cristiano de crecimiento y fidelidad, un camino auténtico de compromiso, creatividad y de maduración, sin formularse con seriedad el asunto del discernimiento. Esta actividad tiene su punto de partida en la libertad de la persona, llamado a tomar decisiones para ir ajustando la propia vida y el pensamiento al de Dios Padre, de tal manera que su vida de fe madure y se plenifique, en otras palabras, se abra a la acción del Espíritu para que forme en su existencia la imagen del Hijo.
En las Sagradas Escrituras, especialmente en el segundo testamento, se encuentra el ejemplo de una persona que se hizo a sí misma en el ejercicio cotidiano de contemplar la acción de Dios en su vida y en los acontecimientos extraordinarios en las que había sido implicada por Él: María. Ella es la mujer del discernimiento, de la búsqueda cotidiana de la voluntad de Dios; en su escuela, todo creyente puede encontrar una pedagogía para realizar la idea de Dios, el horizonte de su vida. Por su docilidad al Espíritu Santo, ella es una clara señal de discernimiento cristiano, es admirable en su apertura a la realidad y en el camino de la fe.
En la casa de Nazareth, María vive su cotidiano atenta a la realidad y a Dios que le habla en ella, poco a poco fue desarrollando la capacidad de escuchar el ruah divino y dejarse envolver por Él, atenta a sus mociones que la iban guiando hacia la Verdad de su vida. En el texo lucano, conocido como la anunciación (Lc 1, 26-38), el saludo que le brinda el ángel es un pronóstico de alegría y he aquí la señal de la intervención divina, pues en los planes de Dios siempre está la felicidad, la realización de la persona. La alegría de María es una alegría pascual, que pasó por momentos muy duros de prueba y de contemplar, guardar y aguardar en silencio lo que veía a Dios hacer.
No obstante, el texto deja ver a María desconcertada, inquieta por las palabras del ángel y preguntándose por el significado de aquél saludo. La inquietud de María no es de duda, es más bien la prudencia del discernimiento en la fe, que examina las motivaciones y las verdaderas inspiraciones del Espíritu y no se deja engañar por lo aparentemente bueno. Una característica del discernimiento es entonces la prudencia, que no significa pasividad y temor, sino por el contrario, la concentración inteligente de la fuerza, para ponerla en acción en el momento conveniente y de la manera acertada, de tal manera de poder reconocer la acción de Dios y saber elegir entre lo bueno, lo mejor y lo de Dios, no lo propio ni lo engañoso.
Inmediatamente el Ángel le procura una palabra de paz: “No temas María, pues has hallado gracia delante de Dios” (1, 30), esto le permite liberarse de temores y de prejuicios para estar totalmente disponible a acoger la voz del Espíritu de Dios. En la hora de la encarnación del Verbo, María ya no tenía dudas en su corazón, sin embargo, con toda probabilidad la irrupción de Dios le provocó preguntas, unas narradas por el texto, otras, como la siguiente, el lector las puede intuir: “¿Qué quiere Dios de mí?”. En efecto, esta es la verdadera pregunta del discernimiento, la pregunta por el plan de Dios. Muy seguramente, esta no fue la única vez que María se planteó este interrogante, pues a lo largo de toda su existencia, desde Nazareth hasta Jerusalén, tuvo que hacerse la misma pregunta y descubrir en los acontecimientos cotidianos y en la Palabra de su Hijo, la respuesta, ya que el discernimiento que realizó no fue sólo para descubrir su vocación a la maternidad divina, sino para aprender a ser madre en lo concreto del día a día. A propósito de la actitud de María, al preguntarse por el designio de Dios, en otra perícopa del mismo evangelio, se narra que “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”(Lc 2,19). Esta afirmación se da después de la visita recibida de parte de los pastores que fueron a Belén a adorar al Salvador recién nacido. Benedicto XVI señala que “en la escuela de María podemos captar con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran percibir ni pueden contener”[1]. De hecho, María no se queda con una primera comprensión de lo que está sucediendo, ella sabe elaborar, discernir y adquirir aquél conocimiento que sólo la fe puede garantizar. Muchas veces el camino será simplemente acoger la novedad del Espíritu, porque no todo se podrá comprender, por eso la mejor opción será aprender de María a callar, escuchar, contemplar, conservar, esperar y dejarse hacer.
Siguiendo con el texto de la anunciación, en el versículos más adelante se lee:“¿Cómo será esto posible, si no conozco varón?” (Lc 1, 34), es la pregunta que María se hace sobre el cómo de la acción divina y su propia contribución para hacerse instrumento de la gracia; en palabras semejantes la cuestión sería ¿Qué tengo que hacer para que lo que Dios quiere se realice en mi vida? No hay que temer hacerle preguntas a Dios, ya que no se trata de discutir sus planes, sino de pedir ayuda, luz para el entendimiento, acierto para la respuesta. María sabe hacer buenas preguntas a Dios y luego hacer silencio para esperar pacientemente su respuesta. Este es un paso esencial del discernimiento.
La respuesta de Dios no será una alocución al oído, más bien, se manifestará en la vida: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra…Mira, también Isabel tu pariente ha concebido un hijo en su vejez y ya está en el sexto mes la que era considerada estéril” (1, 35-36). Por eso, como María, es necesario ejercitarse en la escucha del Espíritu, hacer silencio, estar atenta a la realidad y aprender a leer los signos de los tiempos, saber pedir y escuchar un consejo de la persona adecuada. Todo esto forma parte del lenguaje con el que Dios se autocomunica al ser humano.
Sin embargo, el criterio fundamental del discernimiento es la Palabra de Dios, por eso, ante el saludo del ángel, la respuesta de María fue “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Justamente, el creyente debe tener constante referencia a la palabra y a la vida de Jesús, y ésta actualizada en cada tiempo y circunstancia, pues la Palabra de vida debe inspirar toda decisión, actitud y acción. Una vez escuchado el anuncio, María afinó su corazón con la palabra pronunciada sobre ella, y no tuvo más opción que adherirse positivamente a la propuesta de Dios. el Amén de María es el producto de su discernimiento y en ella se comenzó a reproducir desde entonces el mismo Hijo de Dios.
En definitiva, el discernimiento de María no fue un presentimiento, un pálpito, una intuición, un dejarse llevar por la opinión de otros; el discernimiento de María fue colaboración al Espíritu Santo que se manifestó en su vida. Su preguntar a Dios y ponerse de frente a Él fue la manera asumir el desafío de la obediencia libre con la cual concretó y llevó adelante el proyecto del Señor, a través de una decisión sopesada y madura. A fin de cuentas, el discernimiento de María consistió en afinar su corazón y ponerlo en sintonía con el Evangelio, con la Palabra que le estaba siendo anunciada. El camino del creyente es el del María, para vivir de manera madura el cristianismo a través del discernimiento: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2, 5)
Bibliografía
Manglano, J. P. (2007). Dios en On. (Segunda ed.). Bilbao: Desclée de Brouwer.
[1] Homilía, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, San Pedro – 1 de enero de 2008