TESTIMONIO DESDE LA MISIÓN

14
Jun

Contemplar a un Dios con Rostro indígena “una misión apasionante y a su vez, desafiante”  Sor Eblin Ángel Perea.

Sor Eblin Ángel Perea cuenta su testimonio como misionera: Soy Hija de María Auxiliadora, misionera Ad gentes en el Brasil. Realizo mi trabajo misionero en medio de los pueblos indígenas Xavante e Boe Bororo, estas etnias se encuentran ubicadas en el Matogrosso brasileño tierras donde las Hijas de María Auxiliadora y los Salesianos de Don Bosco, hace más de 125 años, han entregado su vida por la evangelización y humanización siguiendo el mandato misionero de Jesús: Anunciar el rostro amoroso de Dios Padre que ama a todos sin hacer distinción de razas ni de culturas.

Hace dos años y medio llegué a estas tierras con el corazón lleno de amor y dispuesta a dar lo mejor mí, con el deseo de comunicar no solo con mis palabras sino con mi vida el amor y la misericordia que he recibido de Dios a lo largo de mi historia. En un comienzo pensé que era yo la que iba a enseñar muchas cosas, y al contrario, son ellos los que me han enseñado a mí el valor de las cosas simples, la felicidad en medio de la aparente pobreza material, la fuerza de un Dios que siempre se manifiesta, aunque a veces no lo veas ni lo sientas, la profunda espiritualidad que brota del saberse siempre en las manos de Dios aún en medios de las pruebas más evidentes y he descubierto que estos pueblos tienen una historia llena de mística, memoria, resistencia y mucha esperanza. 

Solo les puedo decir que al comienzo nada fue fácil, estaba completamente fuera de mi zona confort, en una realidad a la cual no estaba acostumbrada, principalmente cuando vienes de un mundo donde todo está súper organizado, como lo es el mundo de las escuelas y colegios. Aquí, tuve que aprender a dejarme sorprender por el Dios de lo cotidiano, el Dios de aquel que toca a tu puerta todos los días pidiendo ayuda, un poco de alimento, un poco de abrigo, un poco de cuidado, porque la vida no siempre le ha tratado bien y la pobreza consume lentamente su existencia.

Nuestra casa misionera está ubicada en la Aldea (Resguardo) llamada San Marcos, para donde mires es sierra, árboles, ríos grandes y pequeños, quebradas, cascadas; un lugar que tiene un encanto especial.

El aire que respiras es aquel que te regala la propia naturaleza, el ruido que existe es el cantar de los pájaros y de los gallos al amanecer, carreteras destapadas para ir a visitar las pequeñas aldeas donde viven “Ellos” los privilegiados de Dios y compartir desde la sencillez, la Fe, con la celebración de la Eucaristía, la oración del Santo Rosario, un dulce, una galleta o simplemente tu presencia que habla de un Dios que se hace próximo, de un Dios que es simplemente un hermano.

La misión y la experiencia de vivir en medio de una comunidad indígena me ha permitido contemplar a ese Dios que es creador siempre, que nunca deja de moldear a su creatura, aunque ésta, de vez en cuando se salga del molde original, ese Dios de la inmensidad y de la profundidad, Dios necesitado pero que es rico a manos llenas.

La misión es apasionante porque me ha enseñado a abrirme a lo diferente a saber que no existe una sola forma de ver la vida, a experimentar que más que el mucho hacer, necesito fortalecer mi ser para dar a conocer el Dios que me habita por dentro.

La inculturación del Evangelio es una tarea primordial de la Iglesia especialmente en contextos donde se manifiesta la fe de forma diferente a la Romana, donde cada expresión tiene un significado profundo con la certeza que allí están “Semillas del Verbo”.

El Espíritu de Dios siempre actúa y no deja nunca de hacerlo y sigue suscitando hombres mujeres deseosos de compartir la vida con aquellos que son rechazados y en muchas ocasiones sus derechos son vulnerados por ser, vivir y pensar diferente.

Trabajar con los pueblos indígenas siempre es y será un gran desafío, porque entrar con amor en su vida, en su tierra que es sagrada, en su manera de vivir no es tarea fácil, requiere una apertura infinita de mente y de corazón, entender su cosmovisión, respetar y aceptar sus manifestaciones culturales como su mayor riqueza. 

Poco a poco me convenzo que desde una simple mirada evangelizas, con una mano extendida, exaltas el valor profundo de lo humano, una palabra pronunciada con amor salva una vida caída y deshecha, y que enseñar es el mejor regalo que le puedes hacer a las nuevas generaciones. En esto resumo mi misión-vocación.

Todos desde nuestro Bautismo somos llamados a ser misioneros de esperanza y de alegría porque nuestra mayor riqueza es Jesús a quien anunciamos no sólo de palabra sino con la calidad de nuestra vida donada con amor y por amor.

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