
“Nos disponemos a remar con fe, con alegría y con esperanza”.
Hoy comienzo una nueva travesía, y lo hago con el corazón completamente abierto y dispuesto a dejar que el Señor lo habite, lo transforme y lo siga cautivando con esos pequeños gestos de amor que, cada día, me recuerdan cuánto me ama.
Emprendo esta aventura con la certeza de que Dios ya ha planeado el destino. Yo solo debo remar con fe, confiando en que no voy sola y sabiendo que hay cuatro elementos esenciales que me acompañarán en el camino:
La oración, que se ha convertido en mi conexión más profunda con Dios. Es ahí, en el silencio, donde su voz se vuelve clara, donde sus palabras me dan dirección y donde descubro poco a poco sus planes para mi vida.
El discernimiento, que me ayuda a identificar qué parte de mis deseos viene de mí y cuáles son voluntad de Dios. En ese ejercicio diario de escucha y confianza, descubro cómo nuestros planes pueden encontrarse y complementarse para construir algo más grande.
La vida en comunidad, porque este camino no lo recorro sola. Sé que hay otros corazones con el mismo anhelo de llegar a los brazos de Dios, y juntos, con nuestras diferencias y talentos, podemos hacer maravillas para Él.
El servicio, que me invita a salir de mí misma, a mirar a los demás con compasión y a ver en cada persona el rostro mismo de Dios. Servir con humildad, anteponiendo el bienestar del otro, me enseña a amar con sencillez y entrega.
Con todo esto en el corazón, sé que es necesario dejar la orilla, aunque cueste. Porque dejar la orilla es confiar, es soltar el control, es tener la valentía de entregarlo todo… por el TODO.
Confío en que el Señor, junto a nuestra Madre Auxiliadora, será quien dirija mi barca. Yo, simplemente, me dispongo a remar con fe, con alegría y con esperanza.
– Manuela Medina Hernández
Aspirante de primer año


