La educación sí es cuestión del corazón

21
Mar

“Sin emoción no hay curiosidad, no hay atención, no hay aprendizaje, no hay memoria.”Francisco Mora

La vida está marcada por experiencias que dejan huellas profundas, algunas de ellas visibles y otras que se alojan en el silencio de quienes las viven. Cada evento significativo, ya sea positivo o negativo, moldea la manera en que percibimos el mundo, nos relacionamos con los demás y enfrentamos nuevos desafíos. En este sentido, el papel de las emociones en la vida de una persona es fundamental, pues influye en su desarrollo, en su aprendizaje y en la manera en que construye su identidad. Dentro del aula, el maestro tiene una misión trascendental: acompañar a los estudiantes no solo en el proceso de enseñanza-aprendizaje, sino también en la gestión de sus emociones, la observación de sus necesidades afectivas y la creación de un ambiente donde cada niño y joven se sienta comprendido, valorado y seguro.

El seminario sobre “Salud Preventiva” dictado por el Dr. Thomas Schliermann, fue una experiencia enriquecedora que permitió reflexionar sobre la importancia de la dimensión emocional en el desarrollo de cada persona. Desde la infancia hasta la adultez, los eventos que se viven van dejando huellas que pueden fortalecer el bienestar o, por el contrario, convertirse en obstáculos para el crecimiento. Uno de los aprendizajes más significativos fue comprender cómo el trauma puede afectar el desarrollo integral del ser humano y cómo muchas veces este se manifiesta en la conducta de los estudiantes sin que ellos mismos sean conscientes de ello. La formación del maestro no solo debe centrarse en la enseñanza de contenidos académicos, sino también en la capacidad de observar, identificar y acompañar emocionalmente a sus estudiantes. Daniel Goleman (1995) afirma que la inteligencia emocional es un predictor clave del éxito en la vida, incluso por encima del coeficiente intelectual, lo que resalta la necesidad de un maestro sensible y preparado para abordar la educación desde una perspectiva emocional.

En mi experiencia como maestra en formación, he observado cómo los niños traen consigo historias de vida marcadas por distintas realidades, algunos encuentran en el aula un refugio seguro, mientras que otros reflejan en su comportamiento el dolor de experiencias adversas. Aquí es donde el maestro se convierte en un acompañante fundamental, no solo con palabras de aliento, sino con la creación de un ambiente de respeto, comprensión y empatía.

Desde una perspectiva pedagógica, el desarrollo emocional influye directamente en el aprendizaje y las relaciones interpersonales. Vygotsky (1978) afirmaba que el aprendizaje es un proceso social y que la interacción con los otros es clave para el desarrollo cognitivo y emocional. Esto implica que un ambiente emocionalmente seguro favorece el aprendizaje significativo, mientras que un entorno hostil o indiferente puede dificultarlo. Los niños que se sienten comprendidos y emocionalmente estables tienen mayores probabilidades de desarrollar confianza en sí mismos, asimilar mejor los conocimientos y construir relaciones sanas con sus pares y maestros. En contraste, aquellos que atraviesan situaciones de ansiedad, miedo o inseguridad pueden ver afectado su rendimiento académico y su interacción con los demás.

El compromiso que como maestros asumimos en la sociedad es inmenso. No se trata solo de transmitir conocimientos, sino de formar seres humanos íntegros, capaces de gestionar sus emociones y enfrentar la vida con resiliencia. Durante este proceso de aprendizaje, he reafirmado que la enseñanza no puede desligarse de la dimensión emocional; al contrario, debe integrarse de manera consciente en cada interacción dentro del aula. Así mismo, la formación del maestro debe incluir herramientas para la regulación emocional, tanto para su propio bienestar como para guiar a sus estudiantes en este proceso.

Finalmente, cabe resaltar que este seminario ha sido una oportunidad invaluable para comprender la relevancia de la dimensión emocional en la educación y en la vida en general. La enseñanza es un acto de amor y compromiso, donde cada interacción dentro del aula puede marcar la diferencia en la vida de un niño. Como lo menciona Freire (1997), la educación debe ser un acto de amor, pues solo desde el amor y la comprensión se puede transformar la vida de los estudiantes. Este aprendizaje no solo impacta mi rol como maestra, sino también mi visión sobre la vida y la importancia de la salud emocional en el crecimiento humano.

Julieth Figueroa, maestra en formación
Casa de Acogida de Santa Rosa de Osos

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