Un camino arduo, pero que hoy parece ser recompensado por Dios.
Llevo dos semanas siendo oficialmente la profe de un grupo de niños de tercer grado, en una escuela pequeña, donde llegan los rayos del sol mucho más cerquita, justo arriba de las montañas.
En tan poco tiempo ya digo que si van conmigo… porque voy a borrar, o que cuento hasta tres para que se sienten, siempre me quieren dar de sus loncheras ya empezadas o que yo les comparta la mía, también me ponen quejas todo el día de conflictos que ellos mismos solucionan y me preguntan unas 5 veces en la jornada que sí hoy si se están manejando bien.
Entre todas esas cosas, me han llenado también de dibujos con te amos y te quiero, me abrazan al llegar día a día y se devuelven de la puerta al salir, solo para abrazarme de nuevo. La escuela es mágica, a veces, muy agotadora y demandante, pero pasan cosas cada día, increíbles, con un montón de humanos cuyos procesos dependen en gran parte de mi ética profesional y de mi amor por esto de ser maestra.
Los pienso mucho profes, porque estoy enteramente agradecida con cada uno de ustedes, que creyó en mí, que me regaló una palabra de aliento o un gesto motivador para seguir en el camino, un camino tan arduo, pero que hoy parece ser recompensado por Dios.
Llevo muy poco a comparación de lo que falta, pero en el camino seguro también les iré contando con emoción lo que las aulas me deparan, porque gracias a usted hoy estoy aquí.
Un abrazo enorme, Valentina Pérez