“Celebro, conmemoro la fidelidad, la felicidad y la fecundidad que Él me ha permitido vivir”
Era el miércoles dos de julio de 1986, estaba frente a la pantalla del televisor de mi casa, me preparaba para realizar una de las tareas que sor Florinda Salazar, mi maestra de religión en la Normal de Copacabana, nos había encomendado realizar en nuestras vacaciones. En ese momento, en Colombia estábamos gozando de la visita de un ser de luz, un gran pastor, san Juan Pablo II. Tenía grandes expectativas, pues su mensaje era precisamente para la juventud colombiana y aunque en mi caso, contaba con tan solo once años de edad, pensaba que sus expresiones serían precisamente para mí.
¡Vosotros sois la sal de la tierra!…¡Vosotros sois la luz del mundo!. Esas fueron sus palabras iniciales, y desde ese instante comenzaron a retumbar en mi mente y en mi corazón…se convirtieron en hierofanía, en revelación de Dios en mi historia de salvación y cargaron de sentido mi proyecto de vida. Después de este inicio, continuó diciéndonos:
Dios os ama inmensamente y espera la respuesta personal e irrepetible que brota de vuestro corazón generoso. Nadie puede llamarse discípulo de Jesús si no escucha sus palabras, si no sigue sus pasos. Solo de este modo seréis sal de la tierra y luz del mundo. Seréis luz en medio de tantas sombras si os dejáis iluminar por Cristo. Seréis sal en medio de tantos sinsabores, si os dejáis penetrar por la sabiduría del Evangelio. Jesús es respuesta veraz y exhaustiva a los interrogantes más profundos de la existencia y de la historia humana. Sentíos plenamente responsables de la vida y misión de la Iglesia; sed esa presencia nueva que vosotros mismos deseáis. Sed críticos, pero con ese amor y esa coherencia propia de los hijos que aman de verdad. Os lanzo un desafío, comprometeros en un pacto de fidelidad al Evangelio, Él os ha llamado sal de la tierra, por ello a darle una respuesta con las obras de una vida nueva. Él os mira en los ojos, interpela vuestra generosidad, espera una respuesta que no debéis dejar para mañana. ¿Aceptáis la misión que os encomienda? ¿Seréis testigos suyos y difusores de su palabra entre los demás jóvenes? ¿Os comprometéis a construir, desde el Evangelio, una sociedad más justa y fraterna? ¿Pondréis todo vuestro empeño en edificar la nueva civilización del amor?
Comencé a pensar cómo hacer realidad estos retos: primero recogí a siete niños del sector en el cual vivía y que no estudiaban en la semana o cuyos resultados escolares no eran los más satisfactorios y durante algunas tardes los acompañaba, además hacía un informe escrito, para ir a la casa de sus mamás y contarles cómo iba el proceso. A los trece años comencé a ser catequista, e hice experiencia de lo que significa que la propia fe aumenta, dándola. Luego, a partir del grado noveno, cada sábado en la casa de las hermanas, conformamos un grupo de estudio para aclarar dudas y prepararnos en las actividades evaluativas de la Normal. Además, durante algunas vacaciones realizaba misión navideña en sectores campesinos.
Todas estas actividades se fueron consolidando en mí como experiencias que de manera permanente me hacían reflexionar sobre el presente y el futuro de mi existencia. Descubrí lo que significaba que solo una vida vivida por el otro vale la pena ser vivida. Los triunfos, los logros académicos no eran suficientes…era absolutamente necesario dejarse encender para comenzar a encender a otros y así posibilitar una claridad imparable…era necesario diluirse para sazonar, para propiciar la construcción de sentidos de aquellos más cercanos.
El llamado a renunciar a mis seguridades, a mi yo, se convirtió en un silencio interior ensordecedor, que no me permitió estar quieta más tiempo y fue así como en 1994 decidí asumir el reto de seguir a Jesús en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, comenzar mi proceso de discernimiento vocacional y permitir a Dios ser en mí y a través de mí, pues es un gesto de libertad que exige una opción, una decisión personal.
Durante el tiempo de la formación inicial fui descubriendo el acontecer de Dios en mi historia, una historia que es de salvación y en la que el ejercicio de reflexión, oración, contemplación y escritura de ésta me ha permitido hacer experiencia de la bondad y amor de Dios; pues solo lo que se asume, se encarna y lo que se encarna se redime. Esta historia tiene por ahora trece capítulos, cuya experiencia fundante es el ir aprendiendo a hacer desprendimiento de todo lo que no sea Dios. Cada capítulo está iluminado por citas bíblicas pues la Historia de Salvación sigue recreándose en cada uno de nosotros, no solo en el pueblo de Israel o en las primeras comunidades cristianas. Deseo entonces, compartir con ustedes una breve reseña de cada capítulo con una única intención, que me ayuden a alabar y agradecer a Dios por su fidelidad y misericordia en mis cincuenta años de existencia y veinticinco años como Hija de María Auxiliadora.
Capítulo 1: Como el niño que sabe que alguien vela su sueño de inocencia (Himno martes tercera semana del salterio). En él describo lo recibido y cultivado en el núcleo familiar. A mi mamá Ligia, mujer auténticamente apasionada por la vida, agradezco el que me haya enseñado a luchar por lo que sueño, sin permitir que el desánimo o el cansancio impidan el logro de los propios ideales, que hay que asumir con valentía y entereza las consecuencias de nuestras opciones y que a todo lo que se hace se le inyecta alma, vida y corazón. A mi papá Humberto, trabajador incansable, con capacidad de resiliencia y de gran nobleza, el que me haya enseñado que ser la mayor de los hijos trae consigo la responsabilidad del desprendimiento a los propios gustos y que para acompañar es necesario hablar poco y actuar más. A mis hermanos Paty, Omar y Lucho les agradezco porque han sido una escuela de amor, de diálogo con la diferencia y de acompañamiento permanente. De mi familia materna aprendí la alegría que produce el encuentro, el gozar con lo pequeño, que con los seres queridos siempre se cuenta, que la memoria y los recuerdos crean urdimbres relacionales más fuertes que los vínculos de la carne y la sangre, que de los ancestros hemos recibido la herencia espiritual de las virtudes y valores cardinales que orientan nuestra existencia. De mi familia paterna aprendí el amor a la Virgen, a acercarme al más pobre tratándolo con respeto y dignidad, a diferenciar el bien y el mal a través de pequeñas historias. Es por todo lo anterior y por mucho más que mi entorno familiar se ha constituido para mí, en sacramento.
Capítulo 2: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos (Mt 18,3). La infancia y preadolescencia estuvieron marcadas por infinidad de experiencias para ir aprendiendo lo que significa el cuidar de. Soy la mayor de los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos y de alguna manera, esto me exigió madurar un poco más rápido, aprender a cuidar de los más pequeños partiendo de aquello que les gusta y a no estar tan centrada en mí misma, aunque el tener que estar dando ejemplo me hizo caer en el perfeccionismo y la autocrítica fuerte y racional. Posteriormente viví una etapa de rebeldía en la cual comencé a cuestionar todo aquello que asumí en mi infancia y que no deseaba seguir experimentando pues pensaba que era impuesto y no era fruto de la opción personal. Al finalizar este capítulo descubrí que no siempre se tiene la razón por más argumentos que se presenten, que lentamente aquello que se asume por responsabilidad se convierte en parte de tu vida si le descubres el sentido.
Capítulo 3: A quien mucho se le ha dado, mucho se le exigirá (Lc 12,48). Sed sal de la tierra y luz del mundo (Mt.5,13). Entre la etapa de la adolescencia y mi juventud me centré totalmente en mis estudios, en el trabajo que realizaba en vacaciones en el almacén de mi papá, en el grupo de acompañamiento académico a niños de mi barrio y a mis compañeras de la Normal y en el oratorio festivo y la preparación sacramental a niños de primera comunión y de confirmación. Fue una etapa de compromiso hacia fuera de mí respondiendo a la invitación que nos hizo el Papa San Juan Pablo II a la juventud colombiana del momento. Estaba recibiendo mucho y sentía la necesidad de compartir tanta riqueza dada por puro don y gracia.
Capítulo 4: Pedid y se os dará, buscad y hallareis, tocad y se os abrirá. Se levantó Jonás para huir lejos de Yahvé (Mt. 7,7). Esta etapa fue muy compleja, pasé por momentos de insatisfacción, de soledad, de inquietud, de incertidumbres…la joven que era un modelo a nivel familiar, social, apostólico, académico; muy premiada y reconocida…no sabía lo que iba a hacer con su vida. Comencé a realizar todo aquello que se esperaba de mí, lo que era aprobado y vanagloriado…pero nada colmaba la experiencia de búsqueda en la cual me encontraba. Frente a esta realidad, Dios envió sus mediaciones personas, hechos, palabras…solo tuve que afinar un poco la mirada y el oído, estar muy atenta, y a sí se abrió mi corazón y mi mente para escucharlas.
Capítulo 5: ¿A dónde iré lejos de tu espíritu, a dónde huiré lejos de tu rostro? (Salmo 138,7). La oscuridad se convierte en claridad, el temor de dar una primera respuesta se desvanece. Cuando se toma la decisión de seguir a Cristo, infinidad de oportunidades y de posibilidades se presentan, muy atrayentes y deslumbrantes… pero el DON mayor se ha manifestado y es imposible renunciar a Él, te quema por dentro. Él no ha renunciado a mí, me ha esperado con paciencia, no puedo seguir huyendo de su Amor.
Capítulo 6: Derramaré sobre ti un agua pura que te purificará…te daré un corazón nuevo (Ezequiel 36, 25-27). Aunque parezca que al tomar una decisión trascendental en tu vida todo puede ser más sencillo, lo que es real es que las opciones apenas comienzan. El regalo de la vida religiosa se alimenta diariamente con los descubrimientos que haces en el cotidiano, los milagros que presencias en cada ser humano con el cual te encuentras.
Capítulo 7: No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en Mí (Jn 14,1). En este capítulo comunico los aprendizajes que he realizado frente al no puedo dejar de ser quien soy por tratar de dar el nivel que esperan o desean de mí. Describo experiencias que alimentan mi autoconfianza y me ayudan a no silenciar mi punto de vista aunque difiera de aquellas personas que son importantes en mi vida.
Capítulo 8: Hágase (Mt. 6,10; Mt. 26,42; Lc. 1,38). Una expresión supremamente corta, pero con una profundidad infinita. Esta palabra ha tenido cuatro connotaciones en mi historia de salvación ayudándome a crecer en la FE, en la actitud de ABANDONO, en la de DESPRENDIMIENTO y en la de DOCILIDAD. Jesús mi Maestro y su Santísima Madre y primera discípula han estado acompañándome a vivir estas experiencias.
Capítulo 9: Este pueblo se me acerca solo de palabra y me honra con los labios mientras su corazón está lejos de Mí, y su temor hacia Mí no es sino un mandamiento humano aprendido (Is. 29,13). ¿Dónde está mi mente, mi corazón y hasta mi espíritu? ¿Por qué me he alejado tanto de mi Centro Vital? El tomar una decisión en tu vida, no te asegura que todo lo que vivas siga alimentando la certeza de la opción con la misma intensidad. Pero frente a estas realidades, la comunidad se convierte en tabla de salvación, en el Sagrario donde nos reencontramos con el Maestro.
Capítulo 10: Y si teniendo el don de profecía y conociendo todos los misterios y toda la ciencia, y tanta fe que trasladase los montes si no tengo amor, no soy nada…lo más grande de todo es el amor (1ª. Cor. 13,2.13). Éxodo o destierro o ambas, aún no lo he definido, pero el salir de la tierra que me formó y me vio crecer fue muy difícil para mí. Fueron muchas preguntas sin respuestas, muchos sentimientos encontrados, pensamientos cruzados. Pero como dice la expresión popular Dios escribe derecho en renglones torcidos. Fue así como llegué a una tierra donde a Don Bosco le hubiese encantado trabajar y vivir. Encontré una niñez y juventud altamente vulnerable que solo necesitaba que se les diera la posibilidad de construir propuestas de transformación social para dar un nuevo sentido a sus vidas. El amor dado y recibido por ellos, fue la experiencia arrolladora que dio significado a esta nueva obediencia.
Capítulo 11: Tienes paciencia, y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes (Apocalipsis 2,2-4). La poda, el desprendimiento son inherentes a todo estilo de vida, pero en nuestra opción ayuda mucho el centrar la mirada en el Maestro y la extensión de su Reino. En este itinerario de aprender a morir al egocentrismo se tiene una tentación de ir perdiendo el gusto y la pasión por lo que se es y se hace. No basta ser y parecer, es necesario hacer memoria de tu experiencia fundante para que todo lo vivido aunque sea difícil, definitivamente, se convierta en algo valioso, es más…irrenunciable pues nos ayuda a seguir madurando.
Capítulo 12: Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres…al instante, dejando las redes, le siguieron (Mc 1,14-20). Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar (Lc.5,4). Dejarse acompañar para aprender a acompañar, esta es la experiencia que me ha posibilitado estar, crecer y construir con mis hermanas, con los niños, los jóvenes, los maestros y los catequistas. Acompañar implica aprender a desaprender, a dejar caer, a escuchar con atención superando nuestros prejuicios y condicionamientos, a poner atención y contemplar la realidad del otro.
Capítulo 13: Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos y palpado con nuestras manos, se lo anunciamos también a ustedes para que estén en comunión con nosotros, pues nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Y les escribimos esto para que sea mayor nuestra alegría. (1ª. Jn 1,1-4). Solo el amor es digno de fe, diría Van Balthasar, y es la experiencia que se ha purificado a lo largo de estos cincuenta años de existencia y veinticinco de vida religiosa. He experimentado a través de mis sentidos la Presencia de Dios en mi historia y en la historia de aquellos con los cuales he caminado.
Hoy agradezco a Dios, celebro, conmemoro la fidelidad, la felicidad y la fecundidad que Él me ha permitido vivir. Hoy renuevo la certeza de que el Maestro me ama y está recreando esas búsquedas y esos encuentros que han mantenido encendida la llama en mi ser. Gracias a cada una de las personas que amo, gracias a aquellas personas que debería aprender a amar más…todas hacen parte de mi historia de salvación, y ese es el mayor regalo.
Sor Adriana Arango